lunes, 5 de septiembre de 2011

"Los pasos que dí hasta matar a mi enemigo" (Capítulo II)

"Los pasos que dí hasta matar
a mi enemigo"


Por Daniel E. Moncho


II. Primeras impresiones

Las primeras impresiones que nos hacemos sobre cualquier persona, lugar, cosa o acontecimiento, casi en la mayoría de los casos vienen contaminadas por opiniones y comentarios externos a nosotros. Cercanos o no, pero externos, y somos nosotros los que tenemos que agudizar los sentidos para extraer nuestra propia opinión en función de las sensaciones que percibimos.

Esta vez no iba a ser diferente. Ella había llegado inconscientemente de la mano de su amiga. Apareció como algo inocente, como una hostia de aire fresco. He de reconocer que al principio me sorprendió su descaro, como si se tratara de una niña que se quiere comer el mundo entero de un sólo bocado, y también reconozco que la impresión que me llevé en nuestras primeras conversaciones no tenía nada que ver con las cosas que habían llegado a mis oídos. Hasta ese momento yo no sabía nada de ella más que la información que había conseguido rescatar y la imagen que obtuve de unas cuantas fotos que pude ver. Una mujer joven con una bonita sonrisa, una piel suave y morena que acompañaba a una mirada penetrante del mismo tono. Un pelo oscuro casi indomable, un cuerpo sugerente, piernas largas, cuello atrevido y un pecho pequeño que conseguía ser perfecto…

Desde el primer momento me sentí atraído sexualmente, y más me atraía la idea de descubrir los entresijos que guardaba. Cada contacto con ella, por breve que fuera hacía que cada vez necesitara más rápidamente del próximo. Al prender cada día el ordenador, confieso que lo primero que hacía era comprobar si tenía alguna noticia de ella, y el instante en el que la descubría se convertía en el culpable de esa puntual y clandestina sonrisa.

Sin ningún objetivo premeditado y poco a poco, intentaba averiguar cosas de ella y que ella fuera descubriéndolas sobre mí. Compartía con sus ganas de saber, mis historias y disfrutaba viendo como las hacía suyas. Le enseñaba los secretos escondidos en cada una de mis letras y esperaba a que diera ese primer paso para que fuéramos a tomar algo alejados de nuestras respectivas pantallas, pero ese momento nos lo brindó posteriormente la persona de la que os hablé anteriormente. Esa noche yo había ido a casa de unos amigos. En un primer momento no tenía pensado llamarlas pero cuando me fui de allí aún era pronto para recogerme y tenía unas ganas locas de ver a mi amiga y de conocerla a ella.


El primer contacto fue frío y distante por las dos partes, quizá por los razonables nervios de enfrentarte cara a cara a una persona que sólo conoces por Internet, pero pronto nos dirigimos al primer bar que nos ofreció la excusa perfecta para romper el hielo con nuestra primera copa de ron. Aunque en la calle hacía frío el calor de aquél bar propició que poco a poco fuéramos desprendiéndonos de nuestras chaquetas. Yo me mantenía prudente y sólo la miraba cuando no se daba cuenta, intentando dibujar su figura con la mirada. Hablaba con mi amiga sobre cosas insustanciales y de vez en cuando comentaba con ella alguna de las bromas que ya habíamos hecho nuestras anteriormente en cada uno de nuestras conversaciones de teclado y ordenador.

Perdidos entre la gente, tras varias copas y una conversación a tres bandas sentados en una mesa, pensamos en irnos a otro bar. El tiempo no tenía ninguna importancia, de haberme fijado en él hubiera apreciado mejor su majestuosa y descarada forma de pasar volando por delante de nuestras narices. A esas alturas yo ya miraba sus labios de forma diferente y mi risa quedaba eclipsada por la suya…


Aunque me gustaría contar más detalles de esa bonita noche, prefiero guardarlos en ese rincón especial en el que, a pesar de que las cosas puedan o no torcerse con el transcurrir del tiempo, son tan importantes que nada ni nadie puede hacer que se borren. Sólo diré que mi memoria mantiene una pequeña duda sobre quién fue el que besó a quién. Aún sonrío al pensar que fue ella la que se acercó peligrosamente a mis labios, pero fuera quien fuese…desde luego en ese momento, a nuestras bocas se les olvidó esa otra función de apoyar la delicada tarea de terciar palabra. Esa noche fue la primera noche de muchas que mis dedos acariciaron toda su piel. Fue la primera noche que mi olfato apreció cada pequeño matiz de su anatomía, que mi lengua humedeció cada milímetro de su ser…

Esa noche fue la primera noche de muchas en que sentí mi cuerpo como parte del suyo y su cuerpo como parte del mío.

No hay comentarios:

Publicar un comentario