miércoles, 22 de junio de 2011

"La Gata Negra"“ (Capítulo Final)




Como si de un ritual se tratara, cogió la nota y abrió la puerta intentando vislumbrar en el aire la fragancia de Damián.

Dejó su estuche con pinturas y pinceles sobre un taburete de madera resquebrajado y se sentó sobre el sillón en el que siempre se sentaba a leer:

“Aun no sé ni como empezar a escribir esto, ni siquiera sé el porqué de no haberlo hecho antes. Una parte de mi me dice que hice lo que tenía que hacer pero otra, seguramente aquella más afín al corazón, me taladra diciéndome que me equivoqué profundamente alejándome de ti…”

Lentamente la Gata iba leyendo aquella nota que inesperadamente había encontrado.

“…no sé si fue el miedo, mi cobardía o lo que sentí aquella noche cuando nuestras almas se fundieron en un mismo abrazo. Seguramente por primera vez en mi vida noté que algo que aun no tenía podía llegar a hacerme daño de llegar a perderlo. Nunca he sentido nada parecido, nada tan profundo y potente, nada que me diera más miedo que la muerte…el miedo a perderte. El miedo a pensar que lo que siento por ti no lo sientes tú por mí, o lo que es peor, que de sentirlo pudieras llegar a dejar de hacerlo alguna vez…”

Poco a poco las palabras de Damián se iban clavando en el rehecho corazón de la Gata Negra. Por un lado estaba contenta e ilusionada al haber recibido noticias de él pero esa ilusión, por otro, se iba desvaneciendo al ver que esas noticias no satisfacían los sentimientos que por él habían nacido.

“Soy un cobarde, me aterró la idea de perderte y sin embargo me alejé para no hacerte culpable en la posibilidad de que dejaras de quererme. Es absurdo. Soy absurdo, porque sin saber si tú sentías lo mismo que yo creí que sería la mejor forma para olvidarte, para olvidar la imagen de verme junto a ti, siendo partícipe de tus decisiones, de tus ilusiones, incluso de tus enfados y malos momentos…siendo parte de tu vida…

Siento haber desaparecido de la forma que lo hice, siento haber dado lugar a que cupieran todas las palabras en el silencio y en el vacío que provoqué. Siento los malos momentos que te haya podido hacer pasar durante este tiempo, la incertidumbre, la impotencia, la preocupación, el odio, el olvido…

Dejé de escribir en el momento en que tu voz se confundió con mis ganas de escuchar por haber creído encontrar lo que tantas veces añoré sobre los papeles huérfanos de palabras que siempre me acompañaban. Sé que el tiempo no tiene la menor idea de curar ciertas heridas. Sé que hubiera deseado mezclar tu saliva con la mía. Sé que el cerebro siempre llena los huecos con expectativas...”

La desilusión que se había generado en la Gata mientras leía la nota había comenzado a transformarse en un sentimiento de incomodidad con ciertos matices de enfado. ¿Por qué? ¿Por qué ahora que la Gata comenzaba a llevar una vida “normal”, rodeándose de otros gatos y gatas, aprovechando los días, disfrutando de sus pasiones…aparecía Damián para desequilibrar ese equilibrio? ¿Qué derecho tenía de hacer esto ahora? ¿Con qué propósito?

Por más que daba vueltas a lo que estaba leyendo no conseguía llegar a comprender del todo. Durante el tiempo que invirtió la Gata en reparar los desperfectos ocasionados por la desaparición de Damián, ni siquiera prestó atención a la ausencia de noticias acerca de los misteriosos asesinatos que se habían cometido en la ciudad. Olvidó la conexión que en ocasiones había creído ver entre aquellos ataques y el misterioso gato.

“No puedo compensar todo lo que te he originado en este tiempo de ninguna forma y sé hay riquezas que lo matan a uno si no puede compartirlas o vivirlas de la manera que desea. Sé que de haberme quedado, de haber intentado quedarme a tu lado, sólo podría darse un resultado dejando a alguno de los dos malparados.

No he dejado de pensar en ti en todo este tiempo, en cómo estarías…egoístamente he pensado cada día si me habré cruzado por tu mente, si me habrás pensado, si me habrás deseado…y te aseguro que tú has sido mi único pensamiento”.


Párrafo a párrafo, la Gata iba sintiéndose peor. Cada frase que leía abría en ella una herida cada vez más grande. Lo que Damián le estaba queriendo decir era que se había marchado por miedo a perderla cuando ni siquiera habían comenzado a “caminar” juntos en una misma dirección.

“Te aseguro que no fue fácil para mi, que no soy tan frío como aparento con todo esto. Te aseguro que no encontré otra salida que la de huir, y lo hice sólo pensando en los dos. Con esta nota no busco tu perdón sino tu comprensión.

Me pregunto si habrás seguido con tu vida, y eso es lo que espero. No sé si habrá aparecido alguien que te haya despertado el deseo de acercarte cada vez más a él. No sé si me habrás olvidado…

No voy a volver, ni siquiera sé si lo esperas pero no lo voy a hacer. Nunca te conté nada personal, nada de relaciones vividas, nada de gatas especiales. Nunca lo hice porque lo pasé mal y ahora no va a ser diferente. Ni quiero ni tengo derecho a hacerlo. Sólo te diré que aquello me cambió y fue lo que me hizo ser como hoy soy, un gato solitario y desconfiado.

Desde entonces, todas las noches me dan el día y por las tardes se me olvida el respirar, dejando pasar las horas hasta que llega de nuevo la noche. No soy bueno para ti. No quiero hacértelo pasar mal ni quiero volver a pasar por lo mismo otra vez.

Lo siento. Espero que la vida te dé lo que te mereces y que si alguna vez nos volvemos a cruzar no me guardes rencor. Damián.”


Esa despedida, ciertamente, sonó a despedida. La Gata aún estaba intentando asimilar el contenido de la nota. Su corazón había dado un vuelco al saber que él había estado allí, y ahora trataba de recobrar la normalidad.

Durante unos minutos quedó impertérrita observando el cuadro que tenía en frente y que meses atrás había desgajado Damián.

No sabía qué hacer, si estar sola o acompañada, si llorar o gritar, si salir a buscar alguna pista de él…

Sus sentimientos daban vueltas como si estuvieran dentro de una centrifugadora; odio, amor, nostalgia, rabia, deseo, incertidumbre, impotencia…todos esos estados pasaban por su cabeza de la misma forma que una bandada de pájaros sale despavorida tras escuchar el estruendoso despertar de la mañana.

Antes de recibir la nota, los días de la Gata ya no se centraban en todos los detalles que la hacían recordarlo. De hecho, había ido dejando atrás muchas de esas pequeñas cosas: había cambiado por otros los caminos que recorrió junto a él. Cuando veía a gatos que portaban sombrero, giraba la cabeza. Intentó sacar de su memoria las canciones que escuchó mientras ansiaba encontrárselo. Tapó su olor, que impregnaba su casa y sus recuerdos, con perfumes, inciensos y velas…


En ese momento las paredes la asfixiaban y decidió salir de allí.


Sin darse cuenta, con cada pensamiento, el tiempo había ido pasando. No se encontraba bien y caminaba cabizbaja por los tejados. En su cabeza se reproducía lentamente la melodía de piano de una canción de Quique González, “Backliners”, y no podía borrarla.



La noche empezaba a hacer acto de presencia e inconscientemente sus pasos la iban llevando a las proximidades de la Fábrica de los Sueños. Hacía meses que no andaba por allí y su subconsciente la había traicionado.

En un primer momento no quiso entrar. Había logrado deshacerse de todo aquello a pesar de lo que le costó pero, tras varios segundos pensativa, la Gata decidió dirigirse al interior.

Poco antes de entrar, un sonido llamó su atención. La Gata Negra miró hacia su izquierda y vio, junto al callejón, la figura escondida en la sombra de lo que parecía ser un gato con un sombrero. Rápidamente cambió la expresión de sus ojos intentando agudizar la mirada. La silueta de aquél gato volvió a llamarla, esta vez con gestos, mientras se introducía en la oscura callejuela.

No dudó. Estaba casi segura de que ese gato era Damián. Él siempre actuaba de forma extraña y quizá, las ganas de volver a encontrarse con él fueron suficientes para empujarla a ir dejando de lado la racionalidad.

Al asomarse desde la esquina no vio a nadie. Estaba tan oscuro que tuvo que adentrarse más para intentar acostumbrar a sus ojos a esa penumbra. Cuando ya había recorrido lentamente gran parte de la distancia que tenía el callejón, escuchó un ruido a su espalda…provocado por el frenético y ocioso correr de dos ratones. Se asustó mucho pero al comprobar de donde venía ese jaleo se tranquilizó.

Antes de girarse y con una voz temblorosa lo llamó:

- Damián, ¿eres tú?

La Gata no obtuvo respuesta en esa dirección, y al darse la vuelta lo vio… ¡No era Damián!

Sin vacilar, dio rápidamente la vuelta y comenzó a correr asustada para salir de allí, pero el gato la alcanzó y la arrastró hacia el fondo. De nada sirvieron sus súplicas ni los gritos ahogados en la sangre que brotaba de su garganta. De nada sirvió el forcejeo y los zarpazos y mordiscos que inútilmente lanzó. Ese gato le había asestado varias puñaladas con un afilado objeto cilíndrico mientras tapaba su boca para que no pudiera llamar la atención de ninguno de los gatos que por allí pudieran pasar.


No pasaron muchos segundos hasta que sus intentos por salvarse cesaron, de la misma forma que cesó su aliento y como también cesaron sus esperanzas por encontrarse con Damián.

Su vida cesó como cesan los sueños al despertarse en mitad de la noche.

Nunca más volvería a ver a Damián…ni él volvería a verla a ella.

FIN

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