martes, 7 de diciembre de 2010

“La Gata Negra” (Capítulo 2)


…comenzó a moverse lentamente como si hubiera nacido única y exclusivamente para ello, como si ese espacio que ocupaba fuera el mismísimo centro del universo y no hubiera nada más. Bailaba sin mirar a los ojos a ninguno de los gatos que allí estaban. Bailaba y con cada golpe de cadera hacía que los latidos de todos los corazones retumbaran como tambores…

A la Gata Negra le gustaba bailar frente a un viejo espejo que había en uno de los rincones del local como si pusiera en práctica lo que tantas veces parecía haber ensayado. Despertaba la envidia en ellas y el deseo en ellos. Era el pentagrama y las notas de cada melodía que allí sonaba…


Esa noche en la Fábrica, como siempre, había muy poca luz y en esa penumbra y tras el humo de los cigarros, la Gata Negra observó que donde todos la miraban, donde todos la anhelaban…bajo una bombilla temblorosa y en una pequeña mesa redonda junto a una repisa donde habían instrumentos de hojalata, oculto bajo un elegante sombrero “borsalino” con una figura delgada y perdido en unas hojas en blanco con unas pocas palabras, un misterioso gato canijo le daba la espalda.


Ensimismado y ausente, como si estuviera solo en el local, solamente alzaba la mirada de los papeles hacia la luz parpadeante de la bombilla cuando parecía querer encontrar la inspiración para completar el siguiente verso. Sobre su mesa había varios papeles arrugados, una tetera y una taza plateada.


No acostumbrada a aquello y precisamente por eso, en la Gata Negra despertó una gran curiosidad por saber más del misterioso gato del sombrero. Preguntó a Naima, el dueño del local, pero éste no supo decirle mucho más que las veces que iba por allí a escribir o que siempre se sentaba en la misma mesa.


Por primera vez, la Gata Negra sentía la gran necesitad de saber más. La presencia del desconocido y sus papeles desordenados sobre la mesa habían despertado en ella lo que, precisamente, siempre había despertado en los demás. Por una vez no era quién escogía. Por primera vez, era un misterioso gato el que con su indiferencia había captado toda su atención.


Tras unos minutos de indecisión, la Gata Negra se acercó a la barra a por otra copa de Sangre Pirata (esa bebida roja con azúcar moreno parecía darle la seguridad que la caracterizaba) y comenzó a caminar lentamente hacia el misterioso gato.


El local ya había recuperado la normalidad tras la nueva e inesperada aparición de la Gata Negra. En ese momento se escuchaban los versos de “Volver” de Carlos Gardel, sin duda, uno de sus tangos preferidos:


"Tuya es su vida, tuyo es su querer,

bajo el burlón mirar de las estrellas

que con indiferencia hoy me ven volver”


Poco antes de que la Gata Negra alcanzara su objetivo, como si él hubiera adivinado sus intenciones a pesar de estar de espaldas, dio un último sorbo al té, recogió los papeles en una carpeta desgastada, se dirigió a la barra para pagar y se marchó.

La Gata Negra no creía lo que acababa de ver. Nuevamente, ese gato desconocido había mostrado una total indiferencia hacia ella, que sólo pudo quedarse junto a esa pequeña mesa redonda sin moverse durante unos segundos. El gato ni siquiera la había mirado.


Cuando finalmente reaccionó y se dio la vuelta, él ya no estaba. La puerta seguía cerrándose lentamente pero él se había marchado. Entonces lo vio. Un papel medio arrugado caía por los escalones como si fuera una pelota de cuero desinflada. La Gata Negra se apresuró para cogerlo sin saber que ese papel sería la llave que más adelante abriría la cajita donde había dejado guardado su corazón. No le importó que la gente viera el interés que estaba teniendo por un simple papel arrugado.


Finalmente lo tuvo en sus manos. Extendió el papel alisando sus arrugas y pudo ver lo que en él había escrito:


“Negro azabache, negra figura,

delgada criatura, calor.

Verde mirada, negra locura,

puerta del cielo, pasión.


Escalofrío, vértigo de ella,

ventana al mar para mirar.

Ausencia traviesa,

distancia para alcanzar.

Primer vuelco al corazón,
sonrisa virgen, brisa.

Sentido de esta habitación,

pausa sin prisa.


Palabras cuchillo, dolor,

boca de fuego helado.

Ganas de hacerle el amor…

platónico amor en vano”


Tras leer esos versos, la Gata Negra se quedó mirando el papel. Esas palabras aparentemente desordenadas y que parecían hablar de ella la habían noqueado. Empezó a ascender las escaleras para abrir la puerta e intentar alcanzarlo con la vista pero justo antes de abrirla se escuchó un fuerte frenazo de coche en la calle.

La Gata Negra salió del local y…

1 comentario: