martes, 12 de abril de 2011

"La Gata Negra" (Capítulo 13)


Ninguno de los dos lo propuso. Las cosas siguieron su curso natural y casi sin darse cuenta se vieron envueltos en esa idea. Camino a casa, sobre todos los tejados que encontraron a su paso fueron caminando lento como si ambos estuvieran nerviosos por llegar - aparentemente, más ella que él - o como si quisieran disfrutar de ese momento sin pensar en el siguiente.

Aunque la Gata Negra había estado hablando toda la noche con Damián aun desconocía de dónde era, si tenía familia, a qué se dedicaba…y aunque seguía prefiriendo sentir lo que sentía a conocer lo que quería, no pudo evitar volver a preguntarle ante lo que él respondió:

- Mira Gata, debes comprender que soy un gato solitario al que le gusta disfrutar de la soledad y a quien le cuesta hablar de sus cosas. No es por timidez sino simplemente por protección. No acostumbro a hablar de mi, o al menos de aquellas cosas que sé que pueden ser utilizadas para hacerme daño…supongo que lo entenderás.

Poco a poco, Damián fue explicando algunas de las causas por las que se sentía más cómodo hablando de sus letras, sus anécdotas y sus viajes, que de su vida.

- Desde hace tiempo y por diferentes causas, he ido cambiando periódicamente de ciudad. Nunca me sentí identificado con un único lugar y comprendí que nacionalismos y patriotismos se curan viajando. He aprendido a exprimir el jugo de todas las calles por las que he caminado, he guardado en mi memoria cada rincón de cada escondite, cada sonrisa que me regalaron…he escrito mis sensaciones y las sensaciones que percibía de los gatos y gatas que me rodearon…y siempre lo he hecho solo.

Damián cada vez daba más detalles de su hermética vida pero siempre sin sobrepasar la superficie.

La Gata Negra se estaba dando cuenta de que acceder a ciertos compartimentos internos de Damián iba a ser muy complicado y así llegaron a casa…

Paradójicamente, la Gata volvía a cambiar su modus operandi. Siempre que acababa yéndose con un gato lo hacía a casa de él para poder marcharse cuando quisiera y sin dar explicaciones pero esta vez, tanto por las características de Damián como por su no haber caído en la cuenta, llegaron a su casa.

Todo parecía ir bien y así fue. Todo parecía estar saliendo como los dos esperaban que saliera, y aunque la Gata no podía quitar de su cabeza todas esas incógnitas que el aura que rodeaba a Damián le despertaba, decidió dejarlo pasar durante unos instantes…unas horas.


Se sentaron frente a unos cuadros que la Gata pintó hace unos años. Cuadros que sobre lienzos ya casi amarillentos por el paso del tiempo gritaban todos los miedos que ella podía tener…o todas sus pasiones. Sentados frente a ellos y frente a la chimenea recién prendida dejaron que el silencio tomara su parte de protagonismo.

Damián los estuvo observando durante un rato mientras ella preparaba unas tazas de té. Posiblemente pensando que esa Gata fría, calculadora, distante, frívola…esa gata superficial y materialista, guardaba cosas tan interesantes y profundas que hasta ella misma se avergonzaba de mostrar.

Siguieron hablando…ninguno de los dos sabía que hora era o al menos no quisieron darle importancia.

La Gata no dejaba de pensar en la voz de Damián, en su pelo negro, brillante y suave, en sus movimientos, su olor…todo en su conjunto era como un reclamo, como un anzuelo que por un lado no quería morder pero por otro deseaba con tanta fuerza…

Hasta ese momento, la curiosidad que le despertaba Damián nunca había sobrepasado ciertos límites, pero el alcohol y los enigmas que lo rodeaban habían despertado en ella ese interés que tanto tiempo había pasado sin volver a sentir. Sin volver a necesitar. No era sólo un interés superficial o sexual como otras veces había tenido, esta vez nada tenía que ver con eso.


Allí sentados, en uno de esos silencios que a ninguno de los dos parecía incomodar, a la Gata le vino a la cabeza lo que había sucedido días atrás en la ciudad en relación con los asesinatos y tuvo la tentación de preguntarle sobre aquello pero no se atrevió. Sin embargo, y habiendo pensado más de una vez que él podría estar relacionado con aquello, en ningún momento se sintió insegura. Era algo extraño lo que el gato le hacía sentir.

Por una vez no notaba que la quisieran para aprovecharse de ella. Por una vez parecía no haber un interés oculto. Las palabras de Damián parecían sinceras y en todo momento éstas tenían un calor y un respeto inaudito. No la miraba ni la trataba como si fuera una gata cualquiera…todo lo contrario. Escuchándolo hablar lo sentía cada vez más cerca.

La Gata también pensó en lo que Damián le había dicho de camino a su casa:

“No es por timidez sino por protección”

Damián no hablaba de cosas que en el pasado lo habían dañado. En todas las conversaciones – pocas pero intensas – él siempre había hablado de muchas cosas pero nunca nombró a ninguna gata especial. No habló de relaciones, ni de amores…sólo de las cosas que le hacían estar bien y todas, cada una de ellas, había dado a entender que prefería vivirlas solo.

La Gata se dio cuenta de que lo había pasado muy mal. Algo le tuvo que pasar como para no hacer ni un pequeño comentario sobre eso. Sin embargo, parecía escupir todo ese resentimiento, ese amor, esas emociones…sobre los papeles que tanto le gustaba o necesitaba garabatear.


¡Necesitaba leer más!

Cada vez era más tarde. Damián empezó a reaccionar y cambió la posición tan cómoda que había adoptado frente a la chimenea incorporándose. Habían pasado un momento muy agradable y la Gata quería que se quedara pero esta vez…por primera vez, quiso que siguiera siendo especial.

Habitualmente le daba igual que fuera la primera noche. La primera vez que conocía a los gatos a los que decidía dejar acercarse, ella buscaba cumplir su objetivo y este, normalmente era el de saciar su sed y pasar un rato sin complicaciones, sin compromiso. Pero con Damián parecía ser diferente. Quería que fuera diferente. Pensó que si le proponía quedarse con ella él se podría sentir como uno más y desde luego, eso era lo último que la Gata Negra quería.

Así que, cuando Damián dijo de marcharse ella sólo dijo:

- Ha sido una noche muy agradable. Gracias por compartir conmigo parte de tus cosas y nuevamente gracias por recogerme del suelo y curar mis heridas. Espero que nos veamos pronto.

Damián no articuló palabra. Le dedicó una mirada cómplice, una pequeña sonrisa en su rostro y le dio un fuerte abrazo inesperado pero que resultó ser atronador.

La Gata Negra no recordaba la última vez que la habían abrazado con esa intensidad. Ni si quiera sabe si alguna vez la llegaron a abrazar así. Entre sus brazos sintió ser la única. La más especial. El olor que Damián desprendía pareció invadir todos los poros de su piel.



La mañana del jueves fue algo inaudita. La Gata amaneció más pronto de lo habitual. ¡Amaneció! Desde hacía tiempo sus días siempre consistían en lo mismo. Remolonear por las mañanas en la cama, mal comer por las tardes y patrullar las calles y los locales por las noches. Pero este día fue diferente.

Salió a plena luz del día a la calle. Fue a un viejo mercado donde vendían antigüedades y trastos de todo tipo. Algunos vendedores realizaban todo un ritual para promocionar sus productos. Había artistas callejeros, músicos, malabaristas, algunos pintores y dibujantes que realizaban paisajes y caricaturas de los gatos y gatas que decidían tomarse con buen humor sus ‘defectos’ físicos.

Era un mercado peculiar que todo el mundo conocía como el ‘Mercado de Ladra’. Según contaban los gatos más mayores, este mercado estaba inspirado en un mercado lisboeta donde todos los gatos y gatas que se dedicaban al trapicheo se reunían un par de días a la semana para vender aquellas cosas que habían conseguido robar o extraer de forma sospechosa.

Esta mañana fue diferente.

La Gata Negra dio gracias al viento por despeinar su pelo negro. Compró vinilos, figuras de decoración para su casa, una pequeña colección de cajitas de madera, fruta…

Al fin y al cabo hizo todas esas pequeñas cosas que las noches le habían arrebatado y que tan bien le hacían sentir.

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