miércoles, 19 de enero de 2011

"La Gata Negra" (Capítulo 8)


¿Quién había matado a aquella joven gatita? ¿Sería un ajuste de cuentas? ¿Por qué esa fugitiva sombra le había resultado tan familiar a la Gata Negra?

El jueves amaneció con una resaca propia de un domingo. La Gata se sentía aturdida pero el primer recuerdo que tuvo no fue el del misterioso gato – como había sido los días anteriores – sino el de los ojos de esa gata muerta en el callejón. Su joven y precioso cuerpo, el charco de sangre en el suelo… ¡La nota que había encontrado junto a ella!

El día estaba tranquilo pero por las ventanas entraba un alborotador murmullo. La calle estaba llena de gatos y gatas que parecían hablar en tertulia sobre un único tema.
Los periódicos recogían en sus portadas el suceso que, casi en primera persona, la gata había vivido la noche anterior y que hoy era noticia en toda la ciudad:

“La pasada noche fue encontrada en un callejón sobre un charco de sangre una joven gata que presentaba múltiples heridas producidas por un objeto punzante, cilíndrico y alargado. Quién dio el aviso fue un ciudadano que por allí pasaba en su camino hacia el trabajo. La policía no tiene pistas sobre el presunto asesino pero ha iniciado una investigación. La joven gata, todavía no identificada, no presentaba marcas de forcejeo…Algunos indicios apuntan a que el autor del crimen puede ser de su entorno pues resulta extraño que una joven entre por su pie a un oscuro callejón a altas horas de la noche…”

La noche del miércoles, después de cerciorarse de que esa gata estaba muerta, la Gata Negra no supo qué hacer. Quería avisar a la policía pero no estaba en el mejor estado ¿Y si la relacionaban con el crimen? Encontrándose como se encontraba no podía arriesgarse. Se había asustado muchísimo. Nunca había visto un cadáver.

Fue ella quién acudió al lugar ante los gritos y una vez allí, casi testigo principal de lo ocurrido, vio la sombra de un gato negro alejarse del lugar. La Gata Negra no sabía si igual que ella había visto a aquél gato, éste la había visto a ella.

Estaba muy nerviosa, no conseguía tomar una decisión acertada sin ponerse en peligro y finalmente hizo algo de lo que esta mañana no podía dejar de arrepentirse…la Gata Negra cogió la nota que junto al cuerpo de aquella gata se encontraba, la guardó y se ocultó nuevamente en los tejados por los que se marchó apresuradamente.

“Muerte al azar, muerte…
muerte que roba tu vida.
La observo, no lo presiente,
la persigo, está perdida.

Muerte al azar, muerte…
muerte que tanto sabe.
Gata ingrata sin suerte
derrama tu sangre”

¿Por qué la Gata Negra cogió la nota? No pudo evitarlo. Ocurrió en cuestión de segundos y así lo hizo. Quizá inconscientemente – o totalmente consciente – al hacerlo le vino a la cabeza la imagen del misterioso gato en la Fábrica. Sus papeles arrugados, la nota que recogió del bar aquella noche, la libreta que encontró a los pies de aquellas escaleras de caracol…

Cuando la Gata llegó a casa aun seguía asustada. Su respiración se entrecortaba, sus latidos cada vez eran más fuertes y sus patas temblaban. Cuando abrió la nota y la leyó se quedó helada.

No consiguió ver claramente quién era aquél furtivo gato que escapaba con pasos improvisadamente estudiados del callejón, pero aquella nota…letra tras letra esas treinta y tres palabras guardaban la esencia de todas las que días atrás la Gata Negra había descubierto en aquél cuaderno. Esa nota parecía haber sido escrita por el misterioso gato.

En aquél momento la Gata se quedó unos instantes pensando pero el cansancio, el miedo, el alcohol…todo hizo que se dirigiera a su habitación y se recostara sobre su cama quedándose dormida…


Después de comprobar que no había sido un mal sueño (la nota seguía en su mesita de noche) la Gata Negra quiso saber más. Sin arreglarse y a plena luz del día bajó a la calle para mezclarse con la gente que comentaba lo sucedido.

Todo el mundo lo sabía. En todas las cafeterías los gatos y gatas se agrupaban alrededor de los periódicos para leer toda la información.

Hacía años que, aunque siempre sucedían delitos menores, algunas peleas, algún atraco…no ocurría algo como aquello. Las calles de la ciudad eran más tranquilas de lo que a simple vista aparentaban y la conmoción reinaba en el ambiente. Podía haber sido un ajuste de cuentas o quizá un delito pasional…pero la Gata Negra tenía una extraña sensación.

Aun con el miedo en el cuerpo, con su gran secreto intentando escapar de su interior decidió ir a ver a alguien al que hacía mucho tiempo no visitaba.


Pardo fue quién, después de su único y gran golpe amoroso la ayudó a levantar cabeza. Era un viejo gato, un gran psicólogo (terapeuta, como él se llamaba) que hacía años que no ejercía aunque en casos especiales siempre hacía excepciones…y este era uno de esos casos.

La última vez que la Gata Negra visitó a Pardo éste le dijo algo que por fin la hizo reaccionar: “Si buscas una mano dispuesta a ayudarte la encontrarás al final de tu brazo”.

Durante meses habían mantenido largas y profundas conversaciones. Para ella era como el padre que nunca tuvo y la última frase que le dijo fue esa.

Esta era una ocasión para visitarlo. La Gata Negra no tenía a nadie más a quién poderle confiar lo que había vivido. Durante el tiempo que estuvo con el gato que acabó rompiéndole el corazón, descuidó tanto a sus amistades que un día se encontró sola con la única compañía de su sombra.

Después de aquello con quién se relacionaba eran los gatos y gatas que frecuentaban los antros a los que iba; los camareros, músicos y artistas con los que siempre acababa las noches, pero la Gata Negra no tenía amigos de verdad.

La Gata llegó a la casa, llamó al timbre y cuando respondieron dijo segura de que la reconocería:

- Pardo, soy yo.

1 comentario:

  1. Olá!
    Obrigada pelo carinho!
    Gostei daqui e te acompanho agora!

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