miércoles, 26 de enero de 2011
"La Gata Negra" (Capítulo 9)
- Hola Negrita, ¿cómo te va?
Obviamente, Pardo sabía que si estaba allí era porque le preocupaba algo. Era quizá, quien mejor la conocía.
Pardo siempre la había llamado de esa forma. Seguramente fue la primera vez que tuvo ese sentimiento de protección con uno de “sus gatos”.
Antes de que la Gata comenzara a explicar la situación, se fijó en la mesa próxima al diván en el que estaba sentada, observó que Pardo tenía el periódico del día y se puso más nerviosa. Él lo notó y se quedó callado unos instantes mientras volvía a la normalidad. No le preguntó por cómo había estado todo este tiempo, ni a qué se había dedicado ni cosas por el estilo. Sólo esperó.
Poco a poco la Gata Negra empezó a contarle todo desde el principio. La sensación que tuvo la primera vez que vio al misterioso gato en “La Escalera de la Fábrica de los Sueños”. Como se decidió y se acercó a él sin saber qué decir. Como lo vio marcharse sin mirar atrás…También le contó que encontró una libreta y que estaba casi segura de que pertenecía a aquél gato. Le habló sobre sus letras, sobre lo que le hacían sentir…
Sin darse cuenta ocupó casi toda la mañana con los sentimientos que tenía, con cada detalle, con su incertidumbre, con el ansía de conocerlo…y en ningún momento Pardo la interrumpió. Lo único que hizo - y quizá lo mejor que sabía hacer – fue escuchar.
En uno de los silencios de la Gata Negra, aprovechó para ofrecerle algo para comer pero ella no quiso parar. No obstante y suponiendo que cuando cesara su excitación tendría ganas de picar algo, preparó unos aperitivos mientras ella seguía explicándole todo.
Y así siguieron pasando las horas. La oscuridad cada vez estaba más próxima, como si la noche quisiera crear el clima idóneo para lo que estaba por venir. Pardo supuso que la alteración que tenía la Gata tenía que ver con sus nuevos sentimientos encontrados. Tenía presente lo mal que lo pasó la otra vez y ahora volvía a parecer ilusionada, pero coincidiendo con esos pensamientos ella comenzó a explicarle lo que la tenía tan alterada.
Los detalles hicieron que Pardo se alarmara, incluso hasta el punto de increparla por haber sido tan irresponsable – él podía tomarse la licencia de hacerlo – y haber cogido esa nota, por no haber llamado a la policía, por haberse arriesgado tanto. Obviamente él ya había visto la noticia en el periódico. Sabía de la conmoción que había en la ciudad pero no tenía ni la más remota idea de que ella había estado tan cerca de lo ocurrido.
Entre los dos intentaron llegar a una solución. Pardo nunca le daba consejos pero siempre le decía lo que él creía que era lo mejor, lo que haría en cada situación si fuera él el que estuviera en ella…y en esta ocasión fue claro. Le dijo que fuera a la policía y dijera todo lo que había visto. Le dijo que cogiera la nota y la llevara consigo para entregarla…era lo razonable.
Con todo esto la Gata Negra decidió marcharse, ya se lo había contado a alguien – su mayor confidente – y había aligerado un poco el peso del miedo que sentía, pero aun seguía algo alterada. Para volver a casa decidió hacerlo sobre los tejados, era el mejor camino cuando ya no había luz.
La casa de Pardo quedaba próxima a la Fábrica. Cuando estuvo frente a los tejados que daban a la puerta se detuvo un momento. Aunque el día había sido soleado la tarde se había cerrado bajo unas nubes que amenazaban lluvia. Era jueves y no tenía pensado quedarse en casa, necesitaba despejarse, necesitaba beber y bailar…y en ese momento lo vio.
¡El misterioso gato se dirigía hacia allí! Apareció de una de las calles contiguas a la Fábrica con su sombrero, con su carpeta, con su forma de caminar tan tranquila y a la vez tan segura. Cuando estuvo frente a la puerta se detuvo unos instantes y antes de entrar giró su cabeza hacia donde se encontraba la Gata Negra. Sin duda la había visto y también vio como ella se escondía rápidamente.
Parecía como si conociera los pasos que había dado hasta llegar al lugar. Casi sin luz, debido a que las nubes no dejaban pasar los últimos rayos de sol, esa hora en que las farolas están a punto de encenderse parecía aun más inquietante, y de la misma forma volvió a sentirse la Gata asustadiza y nerviosa.
Cuando salió de su escondite el gato ya no estaba en la puerta. Presumiblemente ya habría entrado y ella quería hacerlo pero…llevaba todo el día fuera de casa. Por la mañana apenas se había arreglado. Fue uno de los pocos días, después de mucho tiempo, en los que se había dejado ver de día y sin arreglar así que no lo dudó. Fue corriendo hacia su casa.
Últimamente su vida se había convertido en una persecución. A costa de todo quería conocer a aquél gato y por ese objetivo había recorrido casi todos los tejados y locales de la ciudad.
Al llegar a casa se duchó rápidamente. Esta vez se secó con la toalla pues no podía perder tiempo. Normalmente salía desnuda de la ducha y dejaba secar el agua sobre su piel.
Se vistió sin pararse frente al espejo como siempre le gustaba hacer, se perfumó, se abrigó y salió de casa olvidando algunas luces encendidas mientras se cerraba la puerta tras de sí… ¡pero no lo hizo!
Por fin llegó a la Fábrica. Sin dudar esa era la ocasión que más rápida había llegado desde su casa. Respiró profundamente, se aderezó un poco y abrió la puerta…
Allí estaba él sentado en su mesa, bajo esa intermitente luz de bombilla, con su tetera, con su taza sobre la tabla y todos sus papeles desordenados. Allí estaba ese gato con su sombrero “borsalino” puesto, ensimismado como la primera vez que lo vio, ausente, esquivo, distante…
La Gata Negra bajó las escaleras y se dirigió a la mesa sin pensar en cómo pocos minutos atrás la había descubierto escondida sobre el tejado.
- ¡Hola! ¿Puedo sentarme contigo? – dijo con su voz temblorosa y casi imperceptible.
Él separó la única silla que acompañaba a la suya de la mesa y dijo: - ¿No vas a pedir una copa de Sangre Pirata?
¿Hasta qué punto había observado aquél gato a la Gata Negra? No puede ser que habiendo coincidido sólo una vez en la Fábrica él supiera cuál era su bebida favorita…pero así era. Quizá el gato ya la conocía, al fin y al cabo, ella despertaba el deseo y la curiosidad de cuantos la veían.
Sin decir nada, la Gata se acercó a Naima, pidió una copa y volvió a la mesa. Se sentó y permaneció callada unos instantes como intentando ordenar las palabras que tenía en su cabeza, pero entonces empezó a hablar él. Buscó uno de los papeles que tenía guardados en su vieja carpeta y comenzó a leer:
“Después de un tiempo,
uno aprende la sutil diferencia
entre sostener una mano
y encadenar un alma.
Y uno aprende
que el amor no significa acostarse
y una compañía no significa seguridad.
Y uno empieza a aprender...
que los besos no son contratos
y los regalos no son promesas.
Y uno empieza a aceptar sus derrotas
con la cabeza alta y los ojos abiertos.
Y uno aprende a construir
todos sus caminos en el hoy,
porque el terreno de mañana
es demasiado inseguro para planes...
y los futuros tienen una forma de caerse en la mitad.
Y después de un tiempo
uno aprende que si es demasiado,
hasta el calorcito del sol quema.
Así es que uno planta su propio jardín
y decora su propia alma,
en lugar de esperar a que alguien le traiga flores.
Y uno aprende que realmente puede aguantar,
que uno realmente es fuerte,
que uno realmente vale,
uno aprende y aprende...
Y con cada día uno aprende...”
A la Gata Negra le resultaban familiares esos versos. Mientras él los leía su pecho se había acelerado de tal forma que bebió lo que quedaba de su copa casi sin respirar. El calor que recorría todo su cuerpo hizo que se quitara la ropa que le sobraba.
- ¿Lo conoces? Es de Jorge Luís Borges. Siempre que escribo pienso en estos versos porque sé que jamás lograré escribir algo así.
Claro que lo conocía, la Gata había leído tiempo atrás el mismo poema cuando aquél gato la abandonó.
Todo era tan extraño…tantas coincidencias, tanto misterio, la imagen de aquella gata muerta en el callejón…el misterioso gato sentado junto a ella sin hacer ninguna referencia a lo sucedido antes de entrar a la Fábrica.
Su voz, de la misma forma que en los primeros instantes aceleró sus pulsaciones, ahora la comenzaba a sosegar y mientras sonaba “Y sin embargo” de Joaquín Sabina en aquella vieja gramola…el tiempo fue pasando…
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Hola. He leído tres capítulos seguidos, iba atrasada. :)
ResponderEliminarA ver cómo continúa la historia.
Eres muy buen escritor!. :)
Siempre tan agradable...así da gusto! ;)
ResponderEliminarUn beso, misteriosa chica.