El lunes y el martes pasaron como pasan esas cosas a las que no se quiere prestar mucha atención, o como dice Sabina, ‘como esas cosas que no tienen mucho sentido’. La nota que el misterioso gato había dejado para la Gata Negra la noche del domingo, la había hecho reflexionar tanto que ni siquiera reparó en su aspecto. Estaba naturalmente descuidada pero más bonita que nunca.
“A veces estar vivo pasa demasiado desapercibido”
Habían pasado dos días enteros y seguía sin comprender el significado de esa frase. Parecía como si el gato hubiera formado parte de su vida en el pasado o como si, a pesar de estar presente en ella, hubiese pasado totalmente inadvertido.
Fuera como fuera, se había molestado en ir de nuevo a la Fábrica de los Sueños seguro de que ella volvería para encontrarse con él...y así fue. El misterioso gato se había anotado otro tanto a su favor.
Ese miércoles, la Gata Negra quiso investigar más sobre aquél gato aunque en su interior sabía que únicamente descubriría lo que éste quisiera mostrar.
Realmente no sabía por dónde empezar. Sin su nombre, sin una dirección o una referencia acerca de qué sitios frecuentaba, era complicado así que, al atardecer se echó a las calles como otras tantas tardes y empezó a caminar sin un rumbo determinado.
Aunque su presencia en las aceras siempre se hacía notar, esta vez vagaba ausente y pensativa. Maduró la idea de que lo mejor para intentar descubrir más información sobre el gato sería merodear los locales y los antros más peculiares de la ciudad, y eso fue lo que hizo.
La noche iba ganando terreno al día. A medida que iba oscureciendo la Gata Negra iba sintiéndose más cómoda como gata callejera que era.
El primer local al que fue, era una escondida taberna llamada “Blues Ville” en la que gatos de todos los rincones de la ciudad no muy conocidos tocaban temas clásicos de blues, soul y rock. Después fue a la “Ilustre Víctima”, donde se reunían artistas y escritores que aprovechaban la clandestinidad de la noche para encontrarse con la inspiración. También pasó por “El Túnel”, un garito transitado por un loco gato despeinado al que llamaban “El Peluca” que conseguía con su guitarra que todos los que estuvieran presentes acabaran bailando y cantando. “La Tertulia”, “El Malevaje”, “Las Cuatro Calles”, “La Puerta Falsa”, “La Piedra”…así fueron pasando las horas y así fue rondando uno tras otro, los más pintorescos locales.
El paso del tiempo había hecho que la expectación que tenía puesta la Gata Negra por dar con el misterioso gato fuera estrechándose. En algunos de los locales preguntó a músicos y camareros por un gato con sombrero al que siempre acompañaban unos papeles garabateados, pero esa pobre descripción era insuficiente para la atención de los demás.
En ese momento la Gata se dio cuenta de que iba a ser una complicada tarea. Ni siquiera había visto su cara. Sabía que era un gato delgado que llevaba sombrero, un gato negro como ella, ensimismado y absorto en sus cosas, pero al mismo tiempo era atractivo y observador. Cómplice del silencio, se aliaba con él para, como un espía invisible, palpar todos los detalles y sacar sus pormenorizadas conclusiones a través de las cuales creaba profundas letras. La Gata Negra recordó la ocasión en la que Naima le contó que solía ir por La Fábrica a leer y a escribir y que siempre se sentaba en la misma mesa…
En los demás garitos por los que pasó ni se molestó en preguntar. Únicamente entraba, daba una vuelta recorriendo todos los rincones con la mirada y se marchaba.
El último local con el que tropezó, como no, fue La Fábrica de los Sueños. Como siempre que iba por allí – esta vez no sería diferente – bajó las escaleras, se puso en uno de los taburetes en el extremo de la barra más alejado del escenario, y mientras miraba la mesa en la que había visto al gato esa única vez, pidió su copa de Sangre Pirata. Allí estuvo bebiendo toda la noche hasta que Naima anunció que era la hora de cerrar. Bebió una copa tras otra mientras escuchaba la música de la gramola, que en ocasiones se quedaba trabada, apuró su último trago y se marchó. La Gata Negra esa noche no quiso bailar.
Antes de marcharse, Naima se preocupó por su estado, pero ella le dijo que estaba bien.
Naima siempre la había tratado genial. Hace muchos años tuvieron una breve e intensa aventura que acabó en una gran aunque cada vez más distante amistad. Desde entonces él siempre la había tratado como a una hermana pequeña.
De vuelta a casa, la Gata Negra, en lugar de caminar por las calles se subió a los tejados. Allí encontraba la serenidad escondida de las miradas de los demás gatos que caminaban a ras de suelo. Había bebido mucho pero se encontraba bien. Era tarde pero no tenía prisa por llegar e iba pensando en todos los locales que había recorrido. También intentó planear una nueva estrategia para averiguar dónde se ocultaba el misterioso gato y mientras le daba vueltas a esa idea escuchó un escalofriante grito de una gata que parecía estar en apuros.
El grito venía de un callejón que se encontraba retirado pero lo suficientemente cerca como para haber podido reconocerlo claramente.
Con cuidado aligeró el paso para intentar localizar el lugar exacto del que venían esos gritos. La tensión hizo que olvidara todas las copas que había tomado y ágil, fue salteando los salientes y los tejados que se encontraba. Poco antes de llegar al tejado que daba acceso al callejón los gritos cesaron.
La Gata Negra, cautelosa, con el corazón bombeando sangre en su pecho como nunca antes había sentido – parecía como si en cualquier momento uno de los latidos fuera a delatarla – adoptó una posición en la que se sentía segura, se apoyó en el borde y se asomó lentamente.
Cuando lo hizo, vio el cuerpo de una joven gata tirado en el suelo. Rápidamente se escondió. No estaba segura de si lo que había visto era real. El cuerpo inmóvil
- ¿inerte? - de una bonita gata sobre un charco de sangre…
Dejó pasar unos segundos para intentar tranquilizarse pero era imposible. Tenía que asegurarse de lo que había visto y reunió el valor necesario para volver a asomarse. Lo siguiente que vio fue la sombra de un gato alejarse del cuerpo mientras se dirigía a la entrada del callejón. Una sombra alargada por el efecto de un pequeño foco que allí había. Una sombra cuyos movimientos mostraban una parsimonia alarmante, escalofriante.
La Gata Negra volvió a esconderse y esta vez permaneció agazapada unos minutos sin mover ningún músculo de su cuerpo. Aquello era tan real como el miedo que sentía. Se mantuvo en la misma posición intentando aclarar sus ideas. El silencio era tan escandaloso como lo habían sido los gritos de esa gata poco antes.
Una vez más, la adrenalina hizo que la Gata se asomara, y habiéndose cerciorado de que allí no había nadie más se inclinó sobre una tubería por la que empezó a descender…
Aquella gata era muy joven y guapa. Aún tenía los ojos abiertos pero no respiraba. Tenía un cuerpo precioso y la boca estaba ligeramente abierta. La Gata Negra la tocó
– seguía caliente – para ver si se movía pero no hubo respuesta y entonces lo vio…
¡Junto al cuerpo de aquella gata había una nota!