…observó que en el asfalto aun estaban las marcas que acababan de dejar los neumáticos de aquél coche. Ese inconfundible olor a caucho quemado aun permanecía en el ambiente igual que esa densa niebla que maquillaba una noche opaca, pero la Gata Negra no consiguió averiguar qué había pasado.
Su corazón latía como si presintiera lo malo en lo sucedido pero no había rastro del misterioso gato. No encontraba respuesta. No había nadie en esas oscuras calles por las que antes caminaba sabiéndose centro de atención y en las que ahora sólo ocupaba otro pequeño lugar como cualquier viejo disfraz de atrezzo de una función, olvidado en el fondo de un armario…
Tras unos instantes, cuando dejó de escuchar sus latidos como si estuvieran amplificados, se fijó en un pequeño cuaderno al pie de unas escaleras de caracol que parecían no llegar a ninguna parte.
En ese momento pensó en las palabras que tantas veces había escuchado decir a una vieja gata que mendigaba en la misma esquina, bajo la misma farola y junto al mismo callejón hacía tantos años…una gata que murió en una fría y lluviosa noche de invierno y a la que todos tomaban por loca.
Siempre que pasaba por su lado, la vieja gata le repetía lo mismo:
“A veces, para llegar a la luz hay que arriesgarse en la oscuridad”.
Estas palabras ahora cobraban todo su significado como si la vieja gata hubiera sabido que tarde o temprano las comprendería, y mientras pensaba en ellas, también pensó en la poesía escrita en aquél papel arrugado que aun guardaba.
La Gata Negra, como esa niña que se acerca sigilosamente al tarro donde su madre guarda las galletas que tanto le gustan y que no debería coger sin permiso, se acercó hasta alcanzar el cuaderno. Se agachó y mientras lo cogía vio un pequeño bolígrafo que no era más grande que un dedo.
No abrió la libreta. No pensó nada. No miró a ningún lugar. La Gata Negra subió sin dudar las escaleras de caracol que la harían llegar al centro de la noche. Con cada paso que daba, con cada escalón que ascendía la luz era cada vez más tenue. Subió a una altura de dos plantas hasta que llegó a una maltratada puerta que tenía a media altura una aldaba con una calavera con gesto torcido pero que no inquietaba. En el dintel de la puerta parpadeaba, al igual que la bombilla que había sobre la mesa redonda donde el misterioso gato se había sentado toda la noche, otra bombilla que evocaba lo mismo.
La Gata Negra tenía la necesidad de llamar a la puerta. Había llegado hasta allí sin a penas pensar. Estaba convencida que el misterioso gato estaba tras ella de la misma forma que creía que la libreta que había encontrado en el suelo pertenecía a él, pero, ¿qué le diría? No había pensado nada para ese momento. Siempre segura, esta vez la Gata Negra no sabía qué decir. Podría decirle que había encontrado su libreta en el suelo pero… ¿y si no era suya? También podría intentarlo diciéndole que se había fijado en él en la Fábrica de los Sueños, aunque por otro lado él, aparentemente la había ignorado.
Por un momento parecía haber perdido la seguridad que la caracterizaba cuando había tenido que tomar alguna decisión. Su corazón la empujaba a llamar a la puerta pero su cabeza ponía sus pies sobre el suelo.
Después de pensarlo unos segundos decidió darse la vuelta y marcharse a casa. En un primer momento pensó en dejar la libreta junto a la puerta, incluso en escribirle una nota, pero la curiosidad por saber lo que en ella había escrito fue mayor.
La Gata Negra comenzó a bajar pero a su espalda, en ese momento, escuchó el quejido de la puerta mientras se abría lentamente. Quedó paralizada. Fuera quien fuera la había descubierto. Volvió a sentir fuertemente los latidos de su corazón y una serena y profunda voz le dijo…
Su corazón latía como si presintiera lo malo en lo sucedido pero no había rastro del misterioso gato. No encontraba respuesta. No había nadie en esas oscuras calles por las que antes caminaba sabiéndose centro de atención y en las que ahora sólo ocupaba otro pequeño lugar como cualquier viejo disfraz de atrezzo de una función, olvidado en el fondo de un armario…
Tras unos instantes, cuando dejó de escuchar sus latidos como si estuvieran amplificados, se fijó en un pequeño cuaderno al pie de unas escaleras de caracol que parecían no llegar a ninguna parte.
En ese momento pensó en las palabras que tantas veces había escuchado decir a una vieja gata que mendigaba en la misma esquina, bajo la misma farola y junto al mismo callejón hacía tantos años…una gata que murió en una fría y lluviosa noche de invierno y a la que todos tomaban por loca.
Siempre que pasaba por su lado, la vieja gata le repetía lo mismo:
“A veces, para llegar a la luz hay que arriesgarse en la oscuridad”.
Estas palabras ahora cobraban todo su significado como si la vieja gata hubiera sabido que tarde o temprano las comprendería, y mientras pensaba en ellas, también pensó en la poesía escrita en aquél papel arrugado que aun guardaba.
La Gata Negra, como esa niña que se acerca sigilosamente al tarro donde su madre guarda las galletas que tanto le gustan y que no debería coger sin permiso, se acercó hasta alcanzar el cuaderno. Se agachó y mientras lo cogía vio un pequeño bolígrafo que no era más grande que un dedo.
No abrió la libreta. No pensó nada. No miró a ningún lugar. La Gata Negra subió sin dudar las escaleras de caracol que la harían llegar al centro de la noche. Con cada paso que daba, con cada escalón que ascendía la luz era cada vez más tenue. Subió a una altura de dos plantas hasta que llegó a una maltratada puerta que tenía a media altura una aldaba con una calavera con gesto torcido pero que no inquietaba. En el dintel de la puerta parpadeaba, al igual que la bombilla que había sobre la mesa redonda donde el misterioso gato se había sentado toda la noche, otra bombilla que evocaba lo mismo.
La Gata Negra tenía la necesidad de llamar a la puerta. Había llegado hasta allí sin a penas pensar. Estaba convencida que el misterioso gato estaba tras ella de la misma forma que creía que la libreta que había encontrado en el suelo pertenecía a él, pero, ¿qué le diría? No había pensado nada para ese momento. Siempre segura, esta vez la Gata Negra no sabía qué decir. Podría decirle que había encontrado su libreta en el suelo pero… ¿y si no era suya? También podría intentarlo diciéndole que se había fijado en él en la Fábrica de los Sueños, aunque por otro lado él, aparentemente la había ignorado.
Por un momento parecía haber perdido la seguridad que la caracterizaba cuando había tenido que tomar alguna decisión. Su corazón la empujaba a llamar a la puerta pero su cabeza ponía sus pies sobre el suelo.
Después de pensarlo unos segundos decidió darse la vuelta y marcharse a casa. En un primer momento pensó en dejar la libreta junto a la puerta, incluso en escribirle una nota, pero la curiosidad por saber lo que en ella había escrito fue mayor.
La Gata Negra comenzó a bajar pero a su espalda, en ese momento, escuchó el quejido de la puerta mientras se abría lentamente. Quedó paralizada. Fuera quien fuera la había descubierto. Volvió a sentir fuertemente los latidos de su corazón y una serena y profunda voz le dijo…
He leído los tres capítulos. Es interesante, me gusta el gato misterioso. Y sí, las gatas a veces pierden su seguridad, por muy atractivas que sean...
ResponderEliminarEspero el próximo capítulo, saludos. :)