Todo resultaba muy inquietante pero la Gata Negra parecía haberse olvidado de la incertidumbre, de sus dudas y de todas las preguntas que a sí misma se había hecho.
El misterioso gato y ella estuvieron hablando durante horas. Los gatos que llegaban a la Fábrica no eran más que figurantes o espectadores de aquella escena. Ensimismados, lo demás no tenía ninguna importancia, incluso la recomendación de Pardo había pasado a un segundo plano…
Ya no quedaba casi nadie en el local, la Gata había tomado varias copas de Sangre Pirata y no había reparado en la hora ni en que la música había dejado de sonar minutos atrás. El alcohol la había desinhibido completamente y sólo había prestado atención a aquél gato, a las cosas que decía, a su imagen, a su voz…pero el tiempo, detenido para ella, tuvo que pasar y pasó.
Ni siquiera se acordó de sus ganas por bailar. Las gatas cuchicheaban entre ellas y especulaban acerca de los dos, de cómo se reían. Nunca habían visto a la Gata Negra en compañía. Siempre que pasaba por la Fábrica llegaba de la misma manera, ruidosamente sigilosa, y sólo se iba acompañada - cuando quería - al final de las noches para desaparecer en la oscuridad.
- Me tengo que marchar - dijo el gato, que comenzó a recoger sus trastos mientras se levantaba.
La Gata lo observó durante unos segundos como si estuviera intentando ordenar las palabras necesarias para formular una pregunta.
- ¿Nos volveremos a ver?
Tras decir aquello, casi al mismo tiempo, se arrepintió profundamente. Hacía tiempo que no mostraba interés por alguien y esa pregunta la había delatado. Había roto una de sus reglas de oro: “nunca dejar que el otro gato sepa que te interesa”.
- ¡Nos volveremos a ver! - afirmó firme el gato y se marchó.
A la Gata no le dio tiempo ni a despedirse. Rápidamente, el gato había recogido, se había acercado a la barra a pagar lo que habían tomado y había subido las escaleras que daban acceso al exterior…y ella se quedó pensativa.
En ese momento cayó en la cuenta de que no había conseguido descubrir mucho acerca del gato. Hablaron durante horas, si, pero de cosas insustanciales como los sitios a los que iban, el tipo de música que les gustaba, los libros que les habían marcado, etc.
A la Gata ni si quiera se le pasó por la cabeza preguntarle por su nombre o su edad, ni le preguntó dónde vivía y cuándo se volverían a ver. Mientras hablaban, ninguna de esas cosas había sido más importante que escuchar como aquél gato contaba sus viajes y sus aventuras o el porqué de algunas de sus letras. Era él quién seguía controlando la situación. Contó sólo lo que quiso contar y jugaba con ventaja.
El misterioso gato sabía que la Gata Negra solía ir a menudo a la Fábrica y, sin duda, volverían a encontrarse sólo cuando él quisiera.
La Gata se levantó y se dirigió a la barra. Se sentó en el extremo más alejado al escenario, donde esa noche nadie actuaba, y pidió la última copa. Naima se la preparó. Aunque estuviera cerrando con ella siempre hacía excepciones…era otra de las muestras de lo que había significado para él.
Esta vez se bebió con más tranquilidad aquella copa. Claramente permanecía reflexiva y mientras saboreaba cada sorbo de Sangre daba vueltas al encuentro que tanto había buscado. Intentó no pensar en lo que presenció en el callejón la noche anterior pero esa nota junto a la gata muerta…la nota que se le cayó al gato en la Fábrica…todo aquello le hacía encontrar una clara y preocupante conexión.
Antes de terminar de beber se acordó de la libreta que guardaba en la mesita que tenía junto a su cama. Aquél cuaderno que encontró la noche que fue tras el gato a la salida de la Fábrica. Pensó en esas letras y en lo que ellas guardaban, y también en la voz que la apresuró para que se marchara del piso al que había subido por aquellas escaleras de caracol. Al menos ahora sabía que aquella voz que le dijo que se alejara no era la del misterioso gato.
Cuando la Gata salió del local, y como parecían revelar las nubes que cubrían el cielo antes de entrar, estaba lloviznando, pero eso no supuso un problema para ella. Siempre que llovía, en lugar de subirse a los tejados iba por las aceras pegada a las paredes de los edificios que solían tener, en su extremo más alto, un pequeño saliente que le servía de protección.
Por fin llegó a su calle. Mientras entraba al portal de su edificio sacudió su cuerpo para desprenderse de las pocas gotas que la habían mojado.
Sacó las llaves y cuando las aproximó a la cerradura vio la puerta de su casa abierta.
Al marcharse rápidamente por la mañana no se dio cuenta de que no había cerrado bien y que había dejado algunas luces encendidas. La Gata Negra se asustó mucho. ¡Había dejado la puerta abierta todo el día y casi toda la noche!
Cuando se decidió a entrar lo hizo prudentemente. Todas las luces estaban apagadas - tampoco se había percatado de ellas - y las fue encendiendo a medida que iba pasando por cada habitación.
- ¿Hay alguien ahí? - preguntó con la esperanza de que no hubiera respuesta.
Tras comprobar todas las habitaciones se tranquilizó un poco. Todo parecía estar en su sitio…todo menos una cosa.
¡La nota que recogió del callejón había desaparecido!
La Gata había dejado la nota sobre la mesita pero allí no estaba. La buscó en el suelo, bajo la cama, detrás de la mesita, en otras habitaciones…pero no la encontró y entonces lo vio.
Sobre la almohada de su cama había otra nota. En ese momento volvió a ponerse nerviosa. Sabía que alguien había entrado en su casa, y aunque todo parecía estar como ella lo había dejado, alguien se había llevado la nota y había dejado otra.
Se sentó sobre la cama, abrió la nota y…
El misterioso gato y ella estuvieron hablando durante horas. Los gatos que llegaban a la Fábrica no eran más que figurantes o espectadores de aquella escena. Ensimismados, lo demás no tenía ninguna importancia, incluso la recomendación de Pardo había pasado a un segundo plano…
Ya no quedaba casi nadie en el local, la Gata había tomado varias copas de Sangre Pirata y no había reparado en la hora ni en que la música había dejado de sonar minutos atrás. El alcohol la había desinhibido completamente y sólo había prestado atención a aquél gato, a las cosas que decía, a su imagen, a su voz…pero el tiempo, detenido para ella, tuvo que pasar y pasó.
Ni siquiera se acordó de sus ganas por bailar. Las gatas cuchicheaban entre ellas y especulaban acerca de los dos, de cómo se reían. Nunca habían visto a la Gata Negra en compañía. Siempre que pasaba por la Fábrica llegaba de la misma manera, ruidosamente sigilosa, y sólo se iba acompañada - cuando quería - al final de las noches para desaparecer en la oscuridad.
- Me tengo que marchar - dijo el gato, que comenzó a recoger sus trastos mientras se levantaba.
La Gata lo observó durante unos segundos como si estuviera intentando ordenar las palabras necesarias para formular una pregunta.
- ¿Nos volveremos a ver?
Tras decir aquello, casi al mismo tiempo, se arrepintió profundamente. Hacía tiempo que no mostraba interés por alguien y esa pregunta la había delatado. Había roto una de sus reglas de oro: “nunca dejar que el otro gato sepa que te interesa”.
- ¡Nos volveremos a ver! - afirmó firme el gato y se marchó.
A la Gata no le dio tiempo ni a despedirse. Rápidamente, el gato había recogido, se había acercado a la barra a pagar lo que habían tomado y había subido las escaleras que daban acceso al exterior…y ella se quedó pensativa.
En ese momento cayó en la cuenta de que no había conseguido descubrir mucho acerca del gato. Hablaron durante horas, si, pero de cosas insustanciales como los sitios a los que iban, el tipo de música que les gustaba, los libros que les habían marcado, etc.
A la Gata ni si quiera se le pasó por la cabeza preguntarle por su nombre o su edad, ni le preguntó dónde vivía y cuándo se volverían a ver. Mientras hablaban, ninguna de esas cosas había sido más importante que escuchar como aquél gato contaba sus viajes y sus aventuras o el porqué de algunas de sus letras. Era él quién seguía controlando la situación. Contó sólo lo que quiso contar y jugaba con ventaja.
El misterioso gato sabía que la Gata Negra solía ir a menudo a la Fábrica y, sin duda, volverían a encontrarse sólo cuando él quisiera.
La Gata se levantó y se dirigió a la barra. Se sentó en el extremo más alejado al escenario, donde esa noche nadie actuaba, y pidió la última copa. Naima se la preparó. Aunque estuviera cerrando con ella siempre hacía excepciones…era otra de las muestras de lo que había significado para él.
Esta vez se bebió con más tranquilidad aquella copa. Claramente permanecía reflexiva y mientras saboreaba cada sorbo de Sangre daba vueltas al encuentro que tanto había buscado. Intentó no pensar en lo que presenció en el callejón la noche anterior pero esa nota junto a la gata muerta…la nota que se le cayó al gato en la Fábrica…todo aquello le hacía encontrar una clara y preocupante conexión.
Antes de terminar de beber se acordó de la libreta que guardaba en la mesita que tenía junto a su cama. Aquél cuaderno que encontró la noche que fue tras el gato a la salida de la Fábrica. Pensó en esas letras y en lo que ellas guardaban, y también en la voz que la apresuró para que se marchara del piso al que había subido por aquellas escaleras de caracol. Al menos ahora sabía que aquella voz que le dijo que se alejara no era la del misterioso gato.
Cuando la Gata salió del local, y como parecían revelar las nubes que cubrían el cielo antes de entrar, estaba lloviznando, pero eso no supuso un problema para ella. Siempre que llovía, en lugar de subirse a los tejados iba por las aceras pegada a las paredes de los edificios que solían tener, en su extremo más alto, un pequeño saliente que le servía de protección.
Por fin llegó a su calle. Mientras entraba al portal de su edificio sacudió su cuerpo para desprenderse de las pocas gotas que la habían mojado.
Sacó las llaves y cuando las aproximó a la cerradura vio la puerta de su casa abierta.
Al marcharse rápidamente por la mañana no se dio cuenta de que no había cerrado bien y que había dejado algunas luces encendidas. La Gata Negra se asustó mucho. ¡Había dejado la puerta abierta todo el día y casi toda la noche!
Cuando se decidió a entrar lo hizo prudentemente. Todas las luces estaban apagadas - tampoco se había percatado de ellas - y las fue encendiendo a medida que iba pasando por cada habitación.
- ¿Hay alguien ahí? - preguntó con la esperanza de que no hubiera respuesta.
Tras comprobar todas las habitaciones se tranquilizó un poco. Todo parecía estar en su sitio…todo menos una cosa.
¡La nota que recogió del callejón había desaparecido!
La Gata había dejado la nota sobre la mesita pero allí no estaba. La buscó en el suelo, bajo la cama, detrás de la mesita, en otras habitaciones…pero no la encontró y entonces lo vio.
Sobre la almohada de su cama había otra nota. En ese momento volvió a ponerse nerviosa. Sabía que alguien había entrado en su casa, y aunque todo parecía estar como ella lo había dejado, alguien se había llevado la nota y había dejado otra.
Se sentó sobre la cama, abrió la nota y…
Has dejado la historia en el momento más interesante. Enganchada estoy.
ResponderEliminarMe está empezando a dar miedo el gato misterioso. A ver si al final va a ser un psicópata... ?? Ya se verá. :D