En las próximas semanas subiré 3 capítulos de un libro que estoy escribiendo y que, un día, espero que se materialice en su formato tradicional de tapas y hojas. Espero que os guste.
I. El comienzo del fin
Aún me cuesta olvidar aquella tarde en aquél pequeño parque del centro de la ciudad donde me quedé tirado, bajo las ramas de un estúpido árbol, sobre un banco tan incómodo como las lágrimas que durante eternos minutos no dejarían de resbalar desde mis ojos hasta la comisura de mis labios. Enfermos segundos que comenzaron a correr en el momento que la vi alejarse de allí...
Aquella tarde lluviosa fue el instante exacto donde conocí a mi mayor enemigo.
Los días que precedieron a aquél fueron complicados y los miedos, que posteriormente se harían tangibles, aun permanecían en mi subconsciente más primitivo. En esos días aún desconocía el desenlace final de la historia, y si lo conocía, ya me encargué yo mismo de engañarme mirando a otro lado creyéndome con el derecho de auto-regalarme una pizca de perecedera esperanza. Aquellos días fueron complicados y comprendí que a partir de esa lluviosa tarde tendría la obligación de aprender a convivir con mi enemigo.
Dejadme que comience por el principio...
Por aquél entonces, meses atrás, aún menospreciaba cada pequeña oportunidad que se me brindaba para comprometerme con alguien. No estoy de acuerdo con el tópico de que a los hombres nos asusta comprometernos, pero sinceramente, tras varios varapalos uno ya va aprendiendo la sutil diferencia entre pasar ese rato agradable en el que descubres cosas interesantes de una desconocida, y esas historias que saben a un laberíntico túnel que se va estrechando cada vez más sin encontrar otra salida que la de retroceder sobre tus propios pasos. No tenía grandes responsabilidades, o al menos no quería hacer frente a ellas. Sin trabajo y sintiéndome de todo menos productivo, me encontraba en lo que denominé “no tengo ni puta idea de qué hacer con mi vida” y mientras pensaba en esa idea andaba especializándome con un master en la universidad tras dos carreras que no me estaban abriendo las puertas que yo hubiera deseado.
Tras varios años en los que, tanto por estudios como por ocio, había decidido marcharme, vivir alejado del seno materno y jugar a ser el dueño de mis propias decisiones y por consiguiente, de sus derivadas repercusiones, regresé a casa con el rabo entre las piernas. Aunque la especialidad que estaba llevando a cabo en la universidad era lo que quería, sobretodo me sirvió como excusa para mantenerme ocupado mientras seguía pensando en el plan de mi vida. No me ocupaba demasiado tiempo, ya que sólo asistía a clase los fines de semana así que el resto lo dedicaba a hacer deporte, leer, escuchar música, salir de casa, tocar la guitarra y escribir.
Me viene a la cabeza que durante ese periodo, y valga la redundancia, tenía en la cabeza a una chica que comenzó siendo “la amiga de” para terminar siendo mi amiga. Sus ojos claros me cautivaron desde la primera noche en la que los miré fijamente, y hoy agradezco que debido a su situación sentimental nunca se fijara en mi como algo más, pues quizá ahora no podría decir que seguimos siendo amigos. Y es que hay cosas que es mejor no tocar para no correr el riesgo de que se rompan.
Como he dicho mis días eran improvisados al carecer de rutinas y obligaciones horarias, pero en uno de esos días fríos de invierno apareció por arte de magia la figura de una conocida de la que hacía tiempo que no sabía nada. Malos tiempos para la lírica debí pensar…esta chica estaba hundida y atravesaba lo que en ese instante supongo que sería uno de sus peores momentos y, mutuamente, ambos encontramos en el otro el espejo en el que vernos reflejados, el cajón donde dejar nuestros trapos sucios y porqué no decirlo, el amigo al que a través de la clandestinidad de la pantalla del ordenador podíamos contar todas nuestras preocupaciones. Todo surgió natural. Las aguas siguieron su cauce sin atravesar por esos momentos en los que se piensa en ventajas o inconvenientes, y poco a poco nos fuimos conociendo. Las horas pasaban deprisa, compartíamos secretos, canciones preferidas, ideas, penas y detalles sobre historias presentes o ya vividas.
Aun hoy agradezco en secreto la aparición de esta persona porque poco después sería, casi sin darse cuenta, la responsable de que yo sea lo que soy y piense como pienso. Sus manos pusieron sobre las mías las de la mujer que, para bien o para mal, cambiaría mi vida.
"Los pasos que dí hasta matar
a mi enemigo"
a mi enemigo"
Por Daniel E. Moncho
I. El comienzo del fin
Aún me cuesta olvidar aquella tarde en aquél pequeño parque del centro de la ciudad donde me quedé tirado, bajo las ramas de un estúpido árbol, sobre un banco tan incómodo como las lágrimas que durante eternos minutos no dejarían de resbalar desde mis ojos hasta la comisura de mis labios. Enfermos segundos que comenzaron a correr en el momento que la vi alejarse de allí...
Aquella tarde lluviosa fue el instante exacto donde conocí a mi mayor enemigo.
Los días que precedieron a aquél fueron complicados y los miedos, que posteriormente se harían tangibles, aun permanecían en mi subconsciente más primitivo. En esos días aún desconocía el desenlace final de la historia, y si lo conocía, ya me encargué yo mismo de engañarme mirando a otro lado creyéndome con el derecho de auto-regalarme una pizca de perecedera esperanza. Aquellos días fueron complicados y comprendí que a partir de esa lluviosa tarde tendría la obligación de aprender a convivir con mi enemigo.
Dejadme que comience por el principio...
Por aquél entonces, meses atrás, aún menospreciaba cada pequeña oportunidad que se me brindaba para comprometerme con alguien. No estoy de acuerdo con el tópico de que a los hombres nos asusta comprometernos, pero sinceramente, tras varios varapalos uno ya va aprendiendo la sutil diferencia entre pasar ese rato agradable en el que descubres cosas interesantes de una desconocida, y esas historias que saben a un laberíntico túnel que se va estrechando cada vez más sin encontrar otra salida que la de retroceder sobre tus propios pasos. No tenía grandes responsabilidades, o al menos no quería hacer frente a ellas. Sin trabajo y sintiéndome de todo menos productivo, me encontraba en lo que denominé “no tengo ni puta idea de qué hacer con mi vida” y mientras pensaba en esa idea andaba especializándome con un master en la universidad tras dos carreras que no me estaban abriendo las puertas que yo hubiera deseado.
Tras varios años en los que, tanto por estudios como por ocio, había decidido marcharme, vivir alejado del seno materno y jugar a ser el dueño de mis propias decisiones y por consiguiente, de sus derivadas repercusiones, regresé a casa con el rabo entre las piernas. Aunque la especialidad que estaba llevando a cabo en la universidad era lo que quería, sobretodo me sirvió como excusa para mantenerme ocupado mientras seguía pensando en el plan de mi vida. No me ocupaba demasiado tiempo, ya que sólo asistía a clase los fines de semana así que el resto lo dedicaba a hacer deporte, leer, escuchar música, salir de casa, tocar la guitarra y escribir.
Me viene a la cabeza que durante ese periodo, y valga la redundancia, tenía en la cabeza a una chica que comenzó siendo “la amiga de” para terminar siendo mi amiga. Sus ojos claros me cautivaron desde la primera noche en la que los miré fijamente, y hoy agradezco que debido a su situación sentimental nunca se fijara en mi como algo más, pues quizá ahora no podría decir que seguimos siendo amigos. Y es que hay cosas que es mejor no tocar para no correr el riesgo de que se rompan.
Como he dicho mis días eran improvisados al carecer de rutinas y obligaciones horarias, pero en uno de esos días fríos de invierno apareció por arte de magia la figura de una conocida de la que hacía tiempo que no sabía nada. Malos tiempos para la lírica debí pensar…esta chica estaba hundida y atravesaba lo que en ese instante supongo que sería uno de sus peores momentos y, mutuamente, ambos encontramos en el otro el espejo en el que vernos reflejados, el cajón donde dejar nuestros trapos sucios y porqué no decirlo, el amigo al que a través de la clandestinidad de la pantalla del ordenador podíamos contar todas nuestras preocupaciones. Todo surgió natural. Las aguas siguieron su cauce sin atravesar por esos momentos en los que se piensa en ventajas o inconvenientes, y poco a poco nos fuimos conociendo. Las horas pasaban deprisa, compartíamos secretos, canciones preferidas, ideas, penas y detalles sobre historias presentes o ya vividas.
Aun hoy agradezco en secreto la aparición de esta persona porque poco después sería, casi sin darse cuenta, la responsable de que yo sea lo que soy y piense como pienso. Sus manos pusieron sobre las mías las de la mujer que, para bien o para mal, cambiaría mi vida.